Entrevistas

Inquieta Civilización

Enzo Fedelli/Pablo Cottet: ¿Qué puede decir el psicoanálisis de la actualidad?


Mirtha Rosas: Lo primero que diría es que el lugar del psicoanálisis en la cultura debería ser ese de acercarse desde la posición del Inconsciente y de la pulsión a los diversos discursos de nuestro tiempo. Y con respecto a los discursos de nuestro tiempo, hay uno que en particular retiene mi atención y que es el de la preocupación por la llamada "salud mental". Esta preocupación moderna por la salud, por los derechos humanos, ha puesto en relación a dos protagonistas: el Estado y la ciencia en vista de una política referida a una mayor igualdad en el acceso a ella, pero cuya estrategia es en todos lados casi la misma: reducir los gastos y racionalizar la economía de la salud. Nos hallamos así en un terreno que exige eficacia clínica. Para ello tendremos, por un lado, una unificación total del campo clínico de las enfermedades mentales, con la introducción en las clasificaciones estadísticas de diagnóstico (DSM-4) de un campo unificado del episodio depresivo. ¡Todos depresivos! ¡Una sola categoría clínica! Y, por otro lado, la clínica de la medicación. El uso masivo de los diferentes psicotrópicos, que constituyen los paradigmas de la serie de los antipsicóticos y los antidepresivos, se ha instalado en el gusto social. Esto ha permitido reincluir la psiquiatría en la medicina - digo reincluir, porque la psiquiatría tenía en ella un estatuto de segundo orden -, al aplicarse a la tarea de reintegrar la enfermedad mental en la ciencia y en la eficacia de los medicamentos de segunda generación de antidepresivos y ansiolíticos. ¡Por fin hay medicamentos para los tratamientos! El nuevo psiquiatra no sólo sabe hacer con la mente sino también con el cuerpo. Todos podemos recurrir a ellos, para las indeterminaciones del sexo biológico, sobre las operaciones quirúrgicas, la medicina cosmética, para cualquier cocina, tienen un Saber sobre todo el funcionamiento de los órganos. Se volvieron los imprescindibles. Con respecto a esta reducción unificadora, de la que hablaba antes de que me entusiasmara con los psiquiatras, y que se reduce a abordar la clínica de las enfermedades mentales por el aspecto deficitario, diría que el psicoanálisis no puede más que oponerse, puesto que no es juicioso decir que todo el mundo será más o menos depresivo y/o que habría remedio para todo. Más juicioso sería decir que todo el mundo delira frente a esta promesa terapéutica.


E/P: Elizabeth Roudinesco ha publicado recientemente ¿Por qué el psicoanálisis? Y una pregunta fundante es ¿Por qué consagrar tanto tiempo a la cura por la palabra cuando los medicamentos dan resultados más rápidos? La primera parte está dedicada a mostrar el reduccionismo del sujeto a conductas, y la patologización generalizada, cuyo caso más universalizado es la depresión, la sociedad depresiva. No sólo sería la denostación del psicoanálisis, sino más grave aun para la autora, el aniquilamiento del sujeto.


M.R.: ¡Exacto! El psicoanálisis tiene bastante para decir sobre esto. La ciencia no ha podido responder por sí sola y no ha dado respuestas definitivas a todo. Su empeño por reducir la clínica a la terapia farmacológica ha sido contestada por los propios pacientes y por la proliferación de nuevas patologías de la modernidad, como son la adicción, las indefiniciones sexuales, los llamados "abusos sexuales", el maltrato, etc. Esto no tiene remedio. Y hablando de remedio, me viene lo que Freud descubre y nos lega de su práctica del caso por caso, la aparición de lo fallido en el programa de la civilización, de su orden, de sus reglas. En el programa mismo de la civilización, él aísla el malestar como fundamental y sin remedio. Hay sólo maneras de llevarse con él. Las maneras de llevarse o hacer con el malestar son los síntomas. El malestar no viene por exigencias contrarias a la pulsión, sino por el hecho de que en esas mismas exigencias está presente lo tiránico, lo imperioso de las obligaciones legales y morales imposibles de cumplir. El saber del psicoanalista freudiano consiste en un saber sobre lo fallido, sobre el fracaso, sobre el sufrimiento humano estructurado como un mensaje, en su particularidad. Y esa particularidad se alcanza dejando hablar al sujeto. Esto es fundamental, pues todas las divergencias entre el psicoanálisis freudiano y lacaniano con las otras disciplinas, como la filosofía, la psicología, la psiquiatría, e incluso otras tendencias analíticas, refieren a la inadecuación del sujeto a la civilización. Todas ellas proponen cada vez un solo remedio: separarse del deseo, deseo que nos singulariza y nos impone su tiranía, para adecuarse y adaptarse a la cultura de la paz social. De la tiranía del deseo nadie se alivia y es de eso de lo que Freud nos da cuenta en su ciencia de los sueños, al establecer que el sujeto ni durmiendo escapa a él. Se le imponen como pensamientos que no piensa el sujeto, que en psicoanálisis llamamos sujeto del inconsciente, es la ruina de la conciencia. Lo que no tiene remedio para el ser humano, entonces, es la tiranía de su deseo.
Lo que es el malestar en Freud, corresponde en Lacan a un malestar con respecto al deseo y al goce. El goce refiere a la satisfacción de la pulsión; es a distinguir del deseo, que no exige la satisfacción. El malestar freudiano equivale entonces a la demanda insatisfecha, lo que constituye la dimensión propia de la clínica psicoanalítica. Y si el psicoanálisis pervive, a pesar de la voz que pretende enterrarlo, es porque aquella 'paz social de la salud mental' se inscribe en el programa de la civilización.


E/P: A propósito del sujeto 'feliz', recuerdo a Lacan diciendo 'el sujeto es siempre feliz', algo que podríamos asociar al goce.


M.R.: Se trata de un juego homofónico entre heureux, feliz, y Eure est, que es algo así como 'le llegó la hora'. Lo que Freud estableció como el malestar en la cultura, Lacan lo llamó en sus últimas elaboraciones la 'falta-en-ser'. Es decir que hay algo ineliminable en las estructuras del deseo para el sujeto, siempre hay un exceso que nos habita.


E/P: A propósito de la 'falta-en-ser', que podría corresponder a la entrada en análisis, pero Freud habla de entrada, el tiempo de interpretación y la salida del análisis.


M.R.: Una petición de consulta se hace generalmente por el síntoma. Sin embargo, hay que distinguir en la historia del psicoanálisis diferentes momentos, o énfasis, en relación a esto. Hay un primer momento de multiplicación de la sintomatología, incluso el psicoanálisis se inscribe en eso.


E/P: Aquel ímpetu de la nosografía.


M.R.: Claro, la multiplicación de categorías asociadas a los 'trastornos': trastornos narcisistas, trastornos depresivos, los borderline. Lo que nos interesa del síntoma no es su definición nosográfica, sino lo que Lacan llama la materialidad significante que tiene la envoltura formal. La envoltura formal es la materialidad misma del significante que trabaja, que parasita el cuerpo que sufre. Todas las invenciones sintomáticas de un individuo se producen a causa de su encuentro contingente con el parásito del lenguaje.


E/P: El reduccionismo del malestar para su administración parece latir en el corazón de la ciencia que busca la sutura del sujeto.


M.R.: Forclusión del sujeto diría yo. La globalización de las 'enfermedades mentales', reducida a una sola categoría 'todos depresivos', lleva a la eliminación de lo particular en vista de un universal. He allí otro aporte de Freud, pues el síntoma es desde siempre y toma sentido en las manifestaciones de desórdenes que sobrepasan el campo habitual de la medicina. Hablamos de lo que desborda en el síntoma, lo que se halla más allá de toda nosografía clínica admitida. Y es que el síntoma se dirige al Otro, y hablamos del lugar del Otro contenido en la demanda. El sujeto no es sin el Otro, sin lo social, de allí la propuesta de Lacan: 'lo inconciente es lo social'. No podemos ser felices porque no hacemos Uno. Cuando nos llega la hora, la del encuentro con el otro, el otro sexo, se produce igualmente en ese mismo momento el desencuentro. Es el momento, dice Lacan, en que la pareja está en su punto máximo de desencuentro.


E/P: No hay relación sexual.


M.R.: Precisamente, y es eso lo que retorna en esta demanda insatisfecha. 'Aun es el nombre de esa falla de donde en el Otro parte la demanda de amor' dice Lacan. 'No hay relación sexual' quiere decir que no hay en el inconciente una fórmula que vincule al hombre y a la mujer. Lo que hay es un vínculo del sujeto a su goce, por lo tanto no está obligatoriamente sexualizado. Como decía Lacan, el hombre puede gozar con una pantufla.


E/P: ¿No le parece que la ciencia y el Estado jamás podrían aceptar la radicalidad de este planteamiento?


M.R.: Seguramente, es como querer que los católicos integristas acepten 'La ultima tentación de Cristo'. Para el primer Freud hubo algo del estilo 'como el hilo es para la aguja, el varón es para la mujer', pero terminó por rendirse.


E/P: Françoise Dolto decía que cuando un niño se relaciona sin incomodidad alguna, hay que preocuparse. Es decir, que en la promesa de la tranquilización, de la sobreadaptación, se puede estar larvando una psicosis. Visto así, en el afán de la ciencia de tranquilizar ¿Qué tiene, y puede, decir el psicoanálisis?


M.R.: Que en ese afán intentan cada vez modificar el ideal, las reglas, y que es ahí donde el psicoanálisis debe estar atento en no perder de vista lo que hace a las diferencias respecto de esas normas, pues es con respecto a eso que los procedimientos de segregación se ponen a funcionar. Sabemos lo frágil que es el lazo social, como la democracia, pues se fundan en un manejo delicado de las creencias sociales. El psicoanálisis no cede en la comprensión del individualismo contemporáneo como la ilusión de que el Otro no existe; la ilusión de cada quien es autosuficiente hasta la autoengendración. No se puede prescindir del Otro. No se es sino en relación al Otro, es lo primero, lo ya ahí. Ese Otro es el lenguaje. Veámoslo en el siguiente cambio. Durante el siglo pasado la preocupación era la historia de la familia, actualmente son las historias de pareja las que nos ocupan, que van desde el matrimonio pasando por los contratos de concubinato a los acuerdos comunes de vivir juntos, sean homo o heterosexuales. Lo que los une o los desune mantiene atentos a los analistas, pues concierne a una problemática del lazo referido a la satisfacción o no satisfacción de la pulsión.


E/P: No pasemos por alto que la estadística es la ciencia del Estado.


M.R.: Claro, así aquí jugaría plenamente su rol evaluando y contabilizando los modos de satisfacción de los seres humanos, para luego adaptarlos a la norma. Todo es recuperable, reparable o reciclable. Al contrario, Lacan nos recuerda siempre que para el ser hablante se instauran normas particulares en cada oportunidad, sobre un modo de gozar, y de gozar del Otro en una cultura dada.


La responsabilidad del psicoanálisis

E/P: ¿Cómo es que se pondría en escena la práctica de esa responsabilidad?


M.R.: En nuestra práctica clínica misma, en posibilitar el surgimiento de la palabra de las personas. Que es de lo que ninguna práctica clínica actual quiere ocuparse mucho. Los pacientes que nos consultan dan cuenta de la inexistencia de la relación paciente-médico, se trata más bien de una relación paciente-medicamento. Como dicen, 'pedir una hora ya no quiere decir gran cosa, los más amables reciben 15 minutos'. Ser responsable y volver responsable un analizante de su discurso, de su acto de palabra, de su deseo y de su goce no es asunto de algunas sesiones. Un analista no puede ser un funcionario del dispositivo, sino alguien que permite la revelación de una presencia inquietante, la del sujeto del inconsciente que plantea una pregunta que refiere a qué está permitido gozar. De ahí que Lacan haya definido el inconsciente freudiano no a partir de la conciencia, sino en función de la ética. La responsabilidad del psicoanalista reside en posibilitar que la palabra se articule en un discurso que quiere decir algo, las responsabilidades son esas mismas de la palabra.


E/P: En ese escenario ¿Le corresponde al psicoanálisis resistir mediante la escucha clínica, única y exclusivamente?


M.R.: ¿Debo escuchar resistencia en el sentido de militancia? Sí, debe resistir por su escucha principalmente, pero también por su enunciación concerniendo cualquier expresión que vaya del lado de la segregación, de lo que atrinchera a la humanidad. Porque en ese afán de hacer creer que somos autosuficientes, de que nos podemos autosatisfacer con nuestros objetos, podemos llegar hasta la miseria o ruina del lazo social. El lazo social está todo el tiempo ahí para decirnos que nada nos alivia de averiguar cómo relacionarnos, que no existen soluciones milagrosas, que no hay recetas para relacionarnos y que la vida no tiene sentido fuera de la relación. No tiene sentido fuera de la relación al Otro, de la relación a las identificaciones, fuera de las reglas sociales. Y que estando ahí y en eso, no se puede eludir el malestar.


E/P: ¿Qué diría de estas cuestiones en la particular memoria de nuestro país?


M.R.: Supongo que estamos hablando del golpe de Estado del '73 y de la dictadura que siguió y permaneció durante demasiado tiempo. No sería entonces un asunto sólo de memoria, lo que es segundo, sino del interés activo en perderla puesto que lo que está detrás y primero son los crímenes, los delitos, las torturas, el enriquecimiento ilícito, etc. Así es que ¿cómo no volverse desmemoriado por largo tiempo? Los desaparecidos en nuestro país no sólo fueron esos que encargó el dictador a sus soldados, sino también aquellos de los que se encargaron sus entusiastas civiles, que tenían igualmente mucho interés en una solución final contra la democracia, la libertad de pensamiento, la diversidad. Ese dicho humano nunca tiene mucho gusto al testigo. Pero lo reprimido siempre vuelve e insiste. Es como en las neurosis, el neurótico raramente tiene gusto por asumir sus actos, hacerse cargo de su palabra. Siempre es culpa del otro, de sus padres, del sistema, de cualquiera menos de él. 'Me obligan' dice. 'Estuve obligado a torturar, a matar'. No quiere saber que el que dio la orden o aplicó la corriente o apretó el gatillo, fue él. Frente a ese poder de aniquilamiento, la indefensión del humano fue tal que no pudo más que doblegarse durante mucho tiempo, llegando a negar la realidad de lo acontecido, para sustituirle una normalidad que autorizaba a voltear la cabeza para no ver o taparse los oídos para no oír, o cerrar la boca y callar. Pero felizmente al humano, por ser hablante, el lenguaje, la palabra, los pensamientos, las representaciones le retornan a pesar de él. Y de eso no tiene escapatoria. El día del juicio, le llega. Tenemos innombrables ejemplos, en Chile, en Argentina, incluso en Francia con Papon. El golpe en Chile hace surgir un real insoportable infligido por un padre de la horda, y eso pareció obligar a todos a replegarse en sus moradas, manteniéndose bajo control, control de movimientos principalmente.


E/P: Si se pudiese hablar de un asesinato del padre.


M.R.: No, no, en el golpe yo no veo un asesinato del padre, más bien veo asesinato de hijos…