NACIMIENTO AL GRAN OTRO.

“El lenguaje con su estructura preexiste a la entrada que hace en él cada sujeto en un momento de su desarrollo mental”(1), esto quiere decir que la estructura del lenguaje está ya constituida, de tal manera que cada nuevo ser no la modifica sino que hace su entrada en ella, sometiéndose a sus leyes.


De esta forma, el recién nacido cae en el ‘baño de lenguaje’ según la expresión de Lacan, y recibe de parte de quienes lo esperan, la lengua y los significantes familiares que lo situarán en un contexto y una historia a través de un discurso que vehiculiza los deseos de quienes lo hicieron nacer. Es en relación a este discurso que el futuro sujeto se constituirá, capturado en una cadena simbólica en la que es jugado como un peón.


Incluso desde antes de nacer el niño tiene lugar en los fantasmas de los padres, en sus ensoñaciones, en los proyectos que hacen en torno a su llegada. Esto, porque para darle vida, el niño ha de existir como falta en el deseo de sus padres, quienes lo engendran primero en el significante para luego darle cuerpo. Las relaciones entre sus padres están reguladas por la palabra. Las circunstancias en que ellos se conocieron y se unieron van a constituir una historia en la cual el sujeto tendrá que inscribirse, historia que antecede a su concepción. Una vez que nace, el niño experimenta la captación en el fantasma del Otro a través del lenguaje, el lenguaje de la demanda. En palabras de Lacan: “Los símbolos envuelven en efecto la vida del hombre con una red tan total, que reúnen antes de que él venga al mundo a aquellos que van a engendrarlo ‘por el hueso y por la carne’, que aportan a su nacimiento con los dones de los astros, si no con los dones de las hadas, el dibujo de su destino, que dan las palabras que lo harán fiel o renegado, la ley de los actos que lo seguirán incluso hasta donde no es todavía y más allá de su misma muerte (…)” (2).


Lacan nombra este baño de lenguaje con la frase eso habla de él. Eso es el medio social en el cual sus padres están a su vez insertos, la cultura, la lengua, la religión; en definitiva, la historia. Así, se habla del niño de varias formas: es esperado con ansias o con temor, puede ser sorpresivo e inesperado. El momento en que llega nunca es indiferente, puede ser el primero, el segundo o el único, luego de un hijo muerto o de un duelo. Llevará un nombre elegido o accidental pero nunca azaroso y, más allá de la voluntad de los padres, tendrá un apellido. Una historia de generaciones, de leyendas familiares, deberes, misiones, mandatos, esperanzas depositadas en el recién nacido, van a determinar la forma que el sujeto adoptará. Es en este baño de lenguaje que el sujeto va a hacer suya esta historia, ubicarse en el lugar asignado y, allí, reconocerse.


Seres de lenguaje, somos entonces dependientes de ‘otro’ que Lacan llamará Gran Otro para remarcar que el lenguaje nos preexiste, es causa, tiene efectos y leyes propias. “(…) el significante tiene función activa en la determinación de los efectos en que lo significable aparece como sufriendo su marca, convirtiéndose por medio de esa pasión en el significado. (…) Esta pasión del significante se convierte entonces en una dimensión nueva de la condición humana, en cuanto que no es únicamente el hombre quien habla, sino que en el hombre y por el hombre "ello" habla, y su naturaleza resulta tejida por efectos donde se encuentra la estructura del lenguaje del cual él se convierte en la materia, y por eso resuena en él, más allá de todo lo que pudo concebir la psicología de las ideas, la relación de la palabra” (3).


El lenguaje es hablado y gracias a ese ejercicio los humanos antecesores que hablan y que están concernidos por todo aquello que se ha dicho, transmiten un discurso. Así, todo aquello que habla afuera y que se ha hablado desde el pasado, todo aquello que de la historia transcurre en palabras, constituye la dimensión exterior del Gran Otro, la alteridad que da cuenta de todo ese más allá del sujeto, que trasciende a cada uno de los humanos, que se inscribe en la historia de la humanidad y seguirá existiendo luego de que el sujeto desaparezca. El Gran Otro es entonces el lugar de la convención significante, lugar donde se inscribe el tesoro de la lengua y el discurso universal, que incluye todo aquello que del pensamiento se ha manifestado con palabras. De esta manera, el Otro es la referencia para que cualquier discurso tenga cierto grado de validez, ya que allí residen todas las significaciones posibles, es una especie de gran diccionario enciclopédico al cual recurrimos para obtener los términos que nos permitan darnos a entender.


La lengua y el discurso, como dimensiones de exterioridad, preexisten entonces a cada nuevo ser humano, lo anteceden, determinan y afirman antes que él mismo se pueda afirmar. De esta manera, al aparecer en el mundo, cada sujeto es sumergido en las coordenadas de lo social que, desde el comienzo, lo comandan, lo toman a su cargo y le imponen un orden que él debe observar y cumplir.


Lacan escribe con una A mayúscula el Gran Otro para distinguirlo del compañero imaginario, del pequeño otro (a). “Lo que se busca marcar con esta convención de escritura es que, más allá de las representaciones del yo (moi), más allá también de las identificaciones imaginarias, especulares, el sujeto está capturado en un orden radicalmente anterior y exterior a él, del que depende aun cuando pretende dominarlo” (4).


El Gran Otro es entonces una dimensión que, más que servir para la comunicación, tiene la función de situar al sujeto, ya que es dentro del lenguaje donde se distinguen los sexos y las generaciones, y se codifican las relaciones de parentesco. Por eso Lacan dice que “(…) la función del lenguaje no es informar, sino evocar.


Lo que busco en la palabra es la respuesta del otro. Lo que me constituye como sujeto es mi pregunta. Para hacerme reconocer del otro, no profiero lo que fue sino con vistas a lo que será. Para encontrarlo, lo llamo con un nombre que él debe asumir o rechazar para responderme.


Me identifico en el lenguaje, pero sólo perdiéndome en él como un objeto.”(5).


De esta manera Lacan establece la relación de dependencia del sujeto con respecto a la dimensión de exterioridad que constituye el Gran Otro y que concierne a todo aquello que va más allá de él, incluyéndolo. Es en este sentido que señala que “la condición del sujeto S (neurosis o psicosis) depende de lo que tiene lugar en el Otro A”. Agregando que “Lo que tiene lugar allí es articulado como un discurso’ (6).


Al sostener que la palabra se origina en el Otro, Lacan subraya que ella no se origina en el yo ni en el sujeto. La palabra y el lenguaje están más allá del propio control conciente, vienen desde fuera de la conciencia, lo que expresa con su fórmula “el inconciente es el discurso del Otro” (7). Y esto en el doble sentido: del Otro se trata en lo que dice el sujeto, aún sin saberlo, pero también a partir del Otro él habla y desea. Esto quiere decir que quien habla no es el mismo que piensa y viceversa, de tal manera que un sujeto, creyendo hablar, en realidad es hablado por el Otro, situación que determina la falta de libertad y de dominio que el sujeto tiene sobre sí mismo.


El lenguaje es el soporte que posibilita la emergencia de un discurso, sin embargo debe ser conducido al sujeto por la humanidad. Lacan postula que esta estructura debe ser encarnada y es justamente esa asunción lo que da lugar a la idea del Gran Otro. No hay sujeto entonces sin Otro, Otro que otorga sentido a lo dicho, porque es el destinatario del mensaje y es igualmente lugar del código que permite descifrarlo.


El Otro es entonces un lugar simbólico a ser ocupado por ciertos personajes. Es la madre o su sustituto quien primero ocupa la posición del Gran Otro para el niño, Gran Otro primordial, primordial no sólo a causa de su presencia sino también a causa de sus respuestas, es ella quien recibe el llanto y los gritos del bebé, y retroactivamente los sanciona como un mensaje particular.


De esta manera la madre se constituye en el primer objeto de amor, el primer lugar de goce, pero también el lugar de todas las decepciones originales.


El lenguaje precede a cada sujeto y esto es así aunque intentemos ubicar el momento en que todavía no habla (infans), o aunque no hable jamás (autismo). El sujeto, tal como Lacan lo define, es primero hablado antes de ser hablante. Que llegue a ser hablante es una posibilidad si consiente en ello, sin embargo hable o no hable, por el sólo hecho de que se habla de él, está determinado por el lenguaje (8).


De esta manera, el sujeto debe causarse, producirse, pues nace del efecto del significante. Como hemos visto, el significante le es dado primitivamente porque llega a un mundo donde se habla o donde ‘eso habla’, pero el nuevo ser deberá hacerlo entrar en su historia para que pueda tomar la palabra. El ser viviente deviene un ser humano por efecto del lenguaje producido por su encuentro con el Gran Otro, que lo somete en ciertas coordenadas significantes, marcándolo para siempre. Así, todo el proceso de estructuración del sujeto está regulado a partir de este Gran Otro donde se origina y se organiza la palabra que nos viene a la boca y de la cual su dominio nos escapa.


Las necesidades del hombre están completamente transformadas en él por el hecho de que habla, porque dirige demandas al Otro. El significante es sustituido a la necesidad ya que la demanda al Otro se convierte en la demanda pura de la respuesta del Gran Otro. Esa respuesta es más importante que la satisfacción de la necesidad. El grito, de simple expresión de la insatisfacción, se hace llamada, demanda.


Se grita antes de hablar. Es así como nos representamos la ausencia de articulación significante, y es por eso que puede decirse que el grito es una emisión significante en bruto. Pero lo cierto es que parece difícil dar con el grito por fuera del lenguaje. De esta manera, el balbuceo está desde muy temprano en el lenguaje (9).


Para que el grito se convierta en llamado se necesita acuse de recibo del Otro, su reconocimiento, lo que le permite al niño identificarse. El niño tiene hambre y grita. Ese grito hace aparecer a la madre y el alimento, por lo tanto, pronto cobra para el niño valor de llamado, se vuelve significante, es el Otro quien le da sentido a ese llamado.


Existe entre el emisor y receptor una disimetría que resulta del hecho de que lo que uno ha dicho depende enteramente de la acogida del Otro. Es el oyente quien decide si quiere escuchar o no, y a qué nivel lo hace. Por lo tanto, se trata de reconocer que el grito quiere decir algo, que expresa al sujeto e incluso lo representa. Por eso Lacan dice que “es del imaginario de la madre que va a depender la estructura subjetiva del niño” (10).


A los gritos del niño responde la madre con su voz, cantos o palabras, portadora de significantes, los que van a cobrar sentido con posterioridad. No es, por lo tanto, que el niño comprenda lo que se le dice, las palabras se inscriben en su memoria desde el principio, pero de ellas percibe el tono en que son dichas y los actos que las acompañan.


El niño pequeño, provisto de una gran sensibilidad, curioso, con todos los sentidos despertando, sufre pasivamente las manipulaciones de un adulto del que su vida depende. Él es para ese Otro un objeto que vale como soporte de pulsiones y de fantasmas, es decir, un objeto de goce. Esta experiencia de placer o displacer procedente del Otro lo marcará para siempre, quedará impresa en su cuerpo y en su ser, y él buscará sus huellas durante toda la vida a través de sus experiencias eróticas y sentimentales. Estas marcas están reprimidas, pero subsisten en lo inconsciente. Es con respecto a estas actividades que la madre imprime en el cuerpo de su hijo la marca de su deseo, a partir de estas marcas el niño va a desprenderse de su estatuto de objeto librado al goce del Otro y posteriormente irá construyendo sus propios objetos.


Es por haber sido hablados antes de ser hablantes que comenzamos a hablar sin saber lo que decimos, repitiendo las palabras que otro puso en nuestra boca pero que consentimos repetir. Es de esta manera que logramos tener un lugar ya que, de rechazarlo, no estaríamos vivos. Sin embargo, vivir es también separarse de aquel Gran Otro que señaló nuestro destino, para poder interrogarnos sobre nuestro deseo, que a partir de esta estructura es siempre deseo del Gran Otro. Teniendo en cuenta que el ser humano está sujeto a una historia que lo precede, el psicoanálisis propone la posibilidad de ubicarse de otra manera respecto a los significantes que le asignaron un lugar y desde allí, que pueda asumir las oportunidades y responsabilidades que ello le permitiría, si consiente en hacer ese trayecto.


Cecilia Muñoz



Notas

1. Lacan, Jacques, La instancia de la letra en el inconciente o la razón desde Freud, Escritos 1, Siglo veintiuno editores, Argentina, 1988, (p. 475).

2. Lacan, Jacques, Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, Escritos 1, Siglo veintiuno editores, Argentina, 1988, (p. 268).

3. Lacan, Jacques, La significación del falo, Escritos 2, Siglo veintiuno editores, Argentina, 1999, (p. 668).

4. Chemama, Roland; Vandermersch, Bernard, Diccionario del psicoanálisis, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2004, (p. 488).

5. Lacan, Jacques, Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, Escritos 1, Siglo veintiuno editores, Argentina, 1988, (p. 288).

6. Lacan, Jacques, De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis, Escritos 2, Siglo veintiuno editores, Argentina, 1999, (p. 530-531).

7. Lacan, Jacques, De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis, Escritos 2, Siglo veintiuno editores, Argentina, 1999, (p. 531).

8. Miller, Jacques-Alain, Los signos del goce. Los cursos psicoanalíticos de Jacques-Alain Miller, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1998, (p. 107).

9. Miller, Jacques-Alain, Los signos del goce, Los cursos psicoanalíticos de Jacques-Alain Miller, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1998, (p. 109).

10. Lacan, Jacques, Seminario sobre La lógica del fantasma (inédito), clase del 16 de noviembre de 1966.


Referencias

Alberro, Norma, El lugar del Otro, capítulo II, en Hacia Lacan, Lugar editorial, Buenos Aires, 2006, (pp. 23 a 48).


Cordié, Anny, Nacimiento del sujeto, capítulo II, en Un niño psicótico, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires 1994, (pp. 37 a 104).


Evans, Dylan, Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano Paidós, Buenos Aires, 2003.


Miller, J.A, Constituyente-constituido, capítulo 7, en Los signos de goce. Los cursos psicoanalíticos de Jacques-Alain Miller, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1998. (pp. 107 a 118).