Una de las preguntas que Freud deja planteadas al final de su obra es justamente ¿qué es un padre? Pregunta que a lo largo de su trabajo abordó de diversas maneras sin terminar de responderla, pero legándonos lo que podemos llamar las funciones freudianas del padre. En Freud vemos cómo la cuestión sobre el padre está al principio del psicoanálisis, es a él que se le adjudica la causalidad psíquica. Para abordar entonces las funciones freudianas del padre nos remitiremos a distintos momentos de la obra de este autor, comenzando por el surgimiento de la teoría de la seducción.
Esta teoría es establecida por Freud entre 1895 y 1897 a partir de la escucha clínica de sus primeras pacientes histéricas que hablaban de vivencias sexuales pasivas sucedidas en la primera infancia como efecto de la seducción de un adulto, por lo general el padre. Escenas que estarían al origen de los síntomas en tanto olvidadas por su carácter traumático. Así la neurosis tendría por origen un abuso sexual real. Aquí el padre es de entrada causal psíquica para el sujeto vía su seducción o la de un sustituto.
En 1897 Freud escribe en una carta a Fliess “No creo más en mi neurótica… en lo inconciente no existe un signo de realidad de suerte que no se puede distinguir la verdad de la ficción poblada con afecto” (1), testimoniando de su encuentro con que las escenas de seducción relatadas por sus pacientes eran en la mayoría de los casos producto de construcciones fantasmáticas.
En la nueva teoría el origen de la histeria podía buscarse en los deseos infantiles y su resolución. En comparación con la teoría anterior el papel del padre quedaba reducido al mínimo. Sin embargo, en la misma carta en que Freud desechaba la idea del padre como seductor, lo reintroducía de un modo nuevo. Después del pasaje ya citado acerca de la falta de cualquier indicación de la realidad en el inconciente, anotó “según esto, queda la solución de que la fantasía sexual se adueña regularmente del tema de los padres” (2).
En las cartas siguientes el padre vuelve a ocupar el papel central, aunque en el marco del fantasma. Su nueva significación se puede reconstruir así: en la carta 112 Freud había descubierto que los síntomas histéricos son un llamado al otro, dice “el ataque de vértigo, el espasmo de llanto, todo esto cuenta con el otro, pero las más de las veces con aquel otro inolvidable prehistórico a quien ninguno posterior iguala ya” (3). En la carta 119 habla de las altas normas de amor que establece la histérica que provienen de la imagen idealizada del padre con la que ningún otro hombre puede igualarse, es el inmensamente poderoso padre de la infancia (4). En el lugar del padre pervertido traumatizador ahora aparece su imagen idealizada como amante.
En contraste con estas dos figuras aparece una tercera, el padre real en la vida de las pacientes. Se menciona una y otra vez a padres débiles, enfermos, impotentes.
En las siguientes elaboraciones de Freud el padre es quien funda la ley, es el soporte de ella, es el punto de partida de un conflicto y a la vez causa del desarreglo de la ley. Esta función paterna, con estas dos vertientes antinómicas, será ilustrada por los tres mitos freudianos del padre: Edipo, Tótem y Tabú y Moisés y el Monoteísmo.
Respecto al Complejo de Edipo, Freud va a acentuar su carácter estructurante, ubicándolo en primer plano. En Tres Ensayos de Teoría Sexual dice “Se ha dicho con acierto que el complejo de Edipo es el complejo nuclear de la neurosis, la pieza esencial del contenido de éstas. En él culmina la sexualidad infantil, que, por sus consecuencias, influye decisivamente en la sexualidad del adulto. A todo ser humano que nace se le plantea la tarea de dominar el Complejo de Edipo, el que no puede resolverla cae en la neurosis.” (5).
Con el complejo de Edipo el sujeto se ve de entrada referido a los polos donde la relación se constituye: el padre, la madre. Esos polos son funciones. Función madre, donde la madre es objeto, de amor, de deseo, de goce, objeto a perder. El padre freudiano es portador de la prohibición, viene a establecer un corte en la relación entre madre e hijo, una pérdida obligatoria del objeto primordial y sus secuelas. Función capaz de echar a andar, de dinamizar el conflicto fundamental, de evitar las fijaciones del sujeto al lugar donde constituye y erogeniza su cuerpo. La rivalidad hacia el padre con respecto al objeto madre tiene un precio a pagar que es el deseo de muerte dirigido al padre.
La entrada al complejo de Edipo es desencadenada por el padre bajo la forma de obstáculo, prohibición, amenaza referida a la madre o a la masturbación. El niño es desalojado de su posición inicial con respecto a la madre ya que es el padre quien la posee.
El eje de la dinámica del Complejo de Edipo es el falo y por lo tanto el Complejo de Castración. Freud establece ya en su texto La Organización Genital Infantil de 1923 que el carácter principal de ésta es que “para ambos sexos, sólo desempeña un papel un genital, el masculino. Por tanto, no hay un primado genital, sino un primado del falo” (6). Cabe aclarar que para Freud el falo no es el pene, el genital masculino adquiere para ambos sexos valor de falo.
Para el hombre tener el pene no significa ventaja alguna, si lo tiene es porque puede perderlo. Su situación no es mejor que la de la mujer quien sumida en la referencia fálica envidia el pene. Freud no sólo descubre que la sexualidad comienza a estructurarse desde la más temprana infancia sino además que esa sexualidad se estructura en torno a una falta. Falta estructurante de la que el sujeto no quiere saber. No quiere saber que hay corte en lo real, fisuras, agujeros, heridas, es decir, castración.
En Freud el complejo de castración pone fin al complejo de Edipo, con lo que el niño reconoce en el padre el obstáculo a la realización de sus deseos. Abandona la investidura libidinal dirigida a la madre y se identifica con el padre, lo que le permitirá otra elección de objeto y nuevas identificaciones. Así el padre es el soporte de una identificación para el sujeto, en el sentido del deseo, de un deseo contra el goce.
De este modo, el complejo de Edipo ejerce una función de normalización. Sin embargo, frecuentemente la normalización no es constante ni siempre completa, pues el niño no renuncia así no más: sea que no quiere admitir la realidad de la castración y prosigue su actividad masturbatoria, sea que a pesar de la interrupción de esta actividad, la actividad fantasmática edípica persiste y hasta se acentúa, comprometiéndose la sexualidad adulta.
El padre del Complejo de Edipo no es entonces el padre real, es decir, que el padre real no se superpone a la función del padre o bien que cuando hablamos de función de corte no nos referimos ni a las capacidades ni a las propiedades de la figura del padre real. Tampoco se trata de la imagen de un padre fuerte o débil, sino de un padre como lugar capaz de ejercer la función de corte, de asegurar una escisión, una separación, de asegurar la prohibición del incesto. Finalmente para Freud el padre es el portador del falo y es a ese título que podrá contener la potencia oscura del sexo femenino.
En su texto de 1913 Tótem y Tabú, Freud le da un fundamento histórico al mito de Edipo y a la prohibición del incesto, poniendo en juego que la historia individual de cada sujeto era la repetición de la historia de la humanidad.
En este texto Freud se aproxima a la estructura del totemismo y los tabúes, estableciendo sus rasgos esenciales. En el totemismo los dos tabúes principales son: por una parte, la prohibición del asesinato del propio animal totémico, que para un clan es el padre primordial del que descienden todos y del que se deriva el propio nombre; por otra parte, la prohibición que veda las relaciones sexuales con alguien del mismo clan, es decir, el tabú del incesto.
Para explicar el origen del Tótem y de estos dos tabúes Freud construye, basándose en Darwin, el mito de la horda primitiva: al origen existía una horda donde un macho jefe reinaba sobre los machos jóvenes y tenía el monopolio de las mujeres. Éstos se rebelaron y mataron unidos al macho viejo para tener acceso a las mujeres. A posteriori los remordimientos y el temor invistieron a este viejo jefe con el nombre de padre y, correlativamente, a los jóvenes con el nombre de hijos. Tras el asesinato del padre, los hijos comieron su cuerpo, comida canibálica que después se perpetuaría en la comida totémica donde la víctima consumida es el animal. Freud va a leer en esta comida canibálica la consumación de la identificación con el padre muerto, como un modo de apropiarse de una parte de su fuerza.
Finalmente y debido a la ambivalencia de sentimientos dirigida al padre nace la conciencia de culpa, por lo que se erige el Tótem como recordatorio del padre primordial. Así se establece la prohibición del incesto junto al mandato de la exogamia y la prohibición del asesinato del padre.
Por lo tanto, en este texto Freud nos habla de dos versiones del padre: el padre de la horda y el padre muerto. Con el primero se trata de un padre que hace excepción a la regla en tanto no se somete a la ley que transmite, padre egoísta y celoso que guarda todas las mujeres para él, persiguiendo y castrando a los hijos. Así el padre de la horda es el contrario de un padre como soporte del deseo. Un padre del goce va a decir Lacan. Por su parte el padre muerto se vuelve más fuerte de lo que nunca fue el padre vivo. Se vuelve el representante de una prohibición que, como dice Freud, es el origen de las sociedades. Permite un ordenamiento que no sólo establece una prohibición sino que, a partir de ésta, abre el campo de lo posible, es decir, del deseo. El padre como función entonces es el padre muerto.
Todas las experiencias mayores del inconciente deben ser concebidas a partir de la función del padre, que es la de hacer que alguna relación sea posible, por lo tanto su función es civilizadora. El padre es introducido como presupuesto de todo sujeto deseante, no es el padre lo que se desea, no es él el objeto deseado, es punto de amarre que hace que el sujeto desee.
Un poco antes, en 1909 Freud publicó La Novela Familiar de los Neuróticos, donde establece “En el individuo que crece, su desasimiento de la autoridad parental es una de las operaciones más necesarias, pero también más dolorosas, del desarrollo” (7). Para Freud al principio los padres encarnan la única autoridad que conoce el niño quien no tiene la menor intención de cuestionar su poder. Al crecer el niño los compara con otros adultos, por lo general con desventaja para los padres. A menudo en ese mismo periodo emerge un nuevo tipo de fantasma denominado “novela familiar” donde el niño imagina que sus padres no son los “reales”. En algún momento, en algún lugar, hubo una sustitución ya que los padres reales serían de un nivel social mucho más alto.
Aquí entonces no se trata tanto que el niño sustituya al padre, sino que lo sitúa en un nivel superior. Esto para Freud expresa la nostalgia del niño por ese periodo perdido en el cual no tenía ninguna duda sobre la autoridad del padre. Para decirlo en otras palabras, el niño necesita un padre cuya autoridad esté más allá de toda duda.
Podríamos decir que asimismo sucede con la necesidad de la religión, cuando el padre no está a la altura de su función, la religión viene a ser un sustituto. Freud ya había buscado aportar una explicación al origen de la religión en su texto Tótem y Tabú (1913) y lo sigue desarrollando en 1939 en Moisés y la Religión Monoteísta, donde Freud encontró además una ilustración para sus hipótesis sobre la novela familiar del neurótico.
Según la saga, la familia originaria de Moisés es una familia judía muy modesta que lo abandona en una canasta a las aguas y la adoptiva es la familia real egipcia. Freud va a postular que esta es una desfiguración: Moisés es un egipcio, probablemente noble, que la saga convierte en judío.
Por lo tanto, el monoteísmo que Moisés transmite al pueblo judío no es una invención judía sino egipcia. El texto bíblico desplazó su origen hasta un tiempo mítico, atribuyendo su formación a Abraham y sus descendientes. En realidad, se había originado en el faraón Amenhotep IV, que luego se lo conoció como Akhenatón, creador de una religión basada en el culto del Dios solar Atón. A continuación de él, Moisés, alto dignatario egipcio y partidario del monoteísmo, se puso a la cabeza de una tribu semita y le dio al monoteísmo una forma espiritualizada.
Para distinguir a este pueblo de otros, Moisés introdujo el rito egipcio de la circuncisión, queriendo demostrar que Dios habría elegido con esa alianza a este pueblo. Freud presenta que en realidad no habría sido un pueblo escogido por Dios sino por Moisés, y ello con el objetivo de transmitirle la religión monoteísta que los egipcios habían rechazado.
Sin embargo, este pueblo elegido tampoco soportó la nueva religión, mató al hombre que pretendía ser su profeta, y después reprimió el recuerdo del asesinato.
En la caracterización que hace la Biblia de Moisés, Freud descubre la existencia de una fusión de dos personajes históricos que vivieron en periodos y lugares distintos. Por una parte El Moisés madianita que seguía la religión del dios Yahvé, oscura divinidad de los volcanes descrito como “un demonio ominoso, sediento de sangre, que ronda por las noches y teme la luz del día” (8), se trata de un dios rudo, mezquino y violento. Este Moisés a quien la propia tradición pudo atribuirle erigir una serpiente de metal como dios curativo, es claramente otro de aquel gran señor egipcio que sería el Moisés servidor del dios racionalista Atón, de la religión de Akhenatón. Este Moisés egipcio transmitió la representación de Dios más espiritualizada: “la idea de una deidad única, abarcadora del universo entero, que a todos ama y es omnipotente; enemiga de todo ceremonial y todo ensalmo, ella fija a los hombres como meta suprema una vida en verdad y en justicia” (9), es decir un Dios sostenedor de un principio ético. Así a la grandeza del padre sublime, del gran hombre pacificador, todo amor, del padre que reclama el reconocimiento y no la obediencia se opone el dominio del padre gozador, todopoderoso, que impone obediencia no reconocimiento a su autoridad, exigiendo la creencia.
La diferencia entre Tótem y Tabú y el Moisés es que en el primero los hijos matan al padre terrible, al padre de la horda que guarda todo el goce para sí, en cambio, en Moisés y la Religión Monoteísta se trata del asesinato del padre de la Ley, no del padre gozador. Por eso que en el texto de Moisés el retorno de lo reprimido es el retorno de la Ley, en cambio en el primer caso constituye el retorno del superyó, retorno del goce obsceno.
La ambigüedad de la función paterna que aparece en el texto de Moisés y la Religión Monoteísta, entre el Moisés madianita y el egipcio no escapó a Lacan. En su texto de 1953 El Mito Individual del Neurótico aborda esta polaridad diciendo que en esta ambigüedad tenemos que ver justamente estas dos caras del padre: el padre del goce y su rol patógeno y el padre de la Ley con su rol normativo.
María José González - Enzo Fedelli
Notas
1. Freud, Sigmund. Cartas a Whilhelm Fliess (1887-1904) Carta 139. Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 1986,( p. 284)
2. Ibid. (p. 284)
3. Ibid. (p. 224)
4. Ibid. (p. 242)
5. Freud, Sigmund. Tres Ensayos de Teoría Sexual (1905), Vol. VII. Obras Completas. Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 1986, (p. 206) nota 28 (agregada en 1920)
6. Freud, Sigmund. La Organización Genital Infantil (1923), Vol. XIX. Obras Completas. Ed. Amorrortu, Buenos Aires,1986 (p. 156)
7. Freud, Sigmund. La Novela Familiar de los Neuróticos (1909 (1908)), Vol. IX. Obras Completas. Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1986 (p. 217)
8. Freud, Sigmund. Moisés y la Religión Monoteísta (1939 (1934-38)), Vol. XXIII. Obras Completas. Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1986 (p. 33)
9. Ibid. (p. 48)
10. Ibíd, (pp. 241).
Referencias
Masotta, Oscar. Lecciones de Introducción al Psicoanálisis, Editorial Gedisa, Barcelona, 1996.
Rosas, Mirtha. “A la Búsqueda del Padre Simbólico” en: Aceituno, R., Rosas, M. (compiladores) Psicoanálisis: sujeto, discurso, cultura. Editorial Universidad Diego Portales, (pp. 123-128)
Verhaeghe, Paul ¿Existe la Mujer? De la histérica de Freud a lo Femenino en Lacan, Editorial Paidós, 1999, Buenos Aires.