FUNCIÓN Y CAMPO DE LA PALABRA Y DEL LENGUAJE EN PSICOANÁLISIS.

El lugar de la palabra en el Psicoanálisis es fundacional, pues a partir de la palabra de sus pacientes y de la propia, Freud pudo comenzar a pensar la enfermedad mental, y más ampliamente, al ser humano de una manera totalmente novedosa para el discurso médico y científico dominante de su época. Lacan destacó cómo Freud descubrió el inconsciente en esos fenómenos de lenguaje en los que aparece un traspié, un fallo, una fisura. En su trilogía “La interpretación de los sueños”, “Psicopatología de la vida cotidiana” y “El chiste y su relación con lo inconsciente”, Freud va paso a paso revelando que el inconsciente aparece justo allí donde hay cojera, donde hay una hiancia, donde el ser hablante es sorprendido por esa palabra que sale de su boca. Es precisamente en esas formaciones del inconsciente donde queda develada su división como sujeto: no sabe lo que dice en lo que está diciendo, dice más de lo que quiere decir.


Lacan señala que lamentablemente el Psicoanálisis desarrollado después de Freud se alejó de la única fuente que le daba vida: la palabra. Este retroceso fue promovido por quienes impusieron que la práctica analítica se sostiene fundamentalmente sobre una batería de reglas técnicas que se aplican para dirigir al paciente, en un formalismo decepcionante que no tiene más norte que la adaptación social y la identificación con el analista tomado como modelo de aquella (1)


Debido a esto que Lacan llama “deterioración del discurso analítico”(2), él va a proponer el retorno a la obra de Freud. Es en el año 1953 cuando se desplaza a Roma para presentar su texto Función y campo de la palabra y del lenguaje en Psicoanálisis, el que marca el comienzo de su enseñanza.


El planteamiento que Lacan hizo en este discurso de Roma no fue un puro retorno a leer la obra de Freud sino que se propone interrogar sus fundamentos, haciendo una propuesta de enseñanza y de transmisión del Psicoanálisis que implicaba “un método de lectura y una particular posición del sujeto que se dedique a hacerla” (3), pues si reconocemos el Psicoanálisis como un “método de verdad y de desmistificación de los camuflajes subjetivos” (4), su fundamento se halla en el único médium del que el analista dispone: la palabra del paciente. “Volver a traer la experiencia psicoanalítica a la palabra y al lenguaje como a sus fundamentos, es algo que interesa su técnica” (5).


Desde el inicio hasta el final del texto Lacan va fundamentando un cuestionamiento al Psicoanálisis promovido por la IPA y a las directrices que ésta tiene acerca de la formación de analistas.


El planteamiento central de Lacan en este texto es reconocer al sujeto como efecto del significante, tomado en el campo del lenguaje y en la función de la palabra. Dice: “los símbolos envuelven en efecto la vida del hombre con una red tan total, que reúnen antes de que él venga al mundo a aquellos que van a engendrarlo "por el hueso y por la carne", que aportan a su nacimiento con los dones de los astros, si no con los dones de las hadas, el dibujo de su destino, que dan las palabras que lo harán fiel o renegado, la ley de los actos que lo seguirán incluso hasta donde no es todavía y más allá de su misma muerte” (6).


Es por ello que afirma tajantemente “la técnica no puede ser comprendida, ni por consiguiente correctamente aplicada, si se desconocen los conceptos que la fundan. Nuestra tarea será demostrar que esos conceptos no toman su pleno sentido sino orientándose en un campo de lenguaje, sino ordenándose a la función de la palabra” (7).


Para esclarecer este campo del lenguaje y la función de la palabra, Lacan comienza por introducir los conceptos de palabra vacía y palabra plena, en función de los cuales va esclareciendo la posibilidad y sentido del tratamiento analítico tal como lo orientó la obra de Freud. Su interés fundamental es desalentar cualquier intento de buscar un saber en un más allá del lenguaje, pues es de este lado de lo que él llama “muro del lenguaje” que hay estas dos polaridades de lo pleno y lo vacío de sentido, dentro de la lengua misma.


La palabra vacía es aquella que se compromete en la defensa narcisista del yo, esa palabra en la que “el sujeto parece hablar en vano de alguien que, aunque se le pareciese hasta la confusión, nunca se unirá a él en la asunción de su deseo” . Es esa palabra vacía la que busca la complacencia y fortalecimiento del yo, a costa de acallar la verdad del sujeto. Si el analista se compromete en esta vía de la palabra vacía, en la que por desconocimiento o a sabiendas el yo busca su resguardo, el peligro es el de una captura en una objetivación que hará caer sus nefastas consecuencias sobre el sujeto. En este punto Lacan remarca que “no hay respuesta adecuada a ese discurso porque el sujeto tomará como de desprecio toda palabra que se comprometa con su equivocación” (9).


En contraposición, la palabra plena es aquella que logra sortear los escollos que impone el atolladero del yo en pos de la verdad del sujeto. Para ello Lacan plantea que “el arte del analista debe ser el de suspender las certidumbres del sujeto, hasta que se consuman sus últimos espejismos. Y es en el discurso donde debe escandirse su resolución” (10).


En este punto cobra toda su importancia la única regla que le es dirigida al analizante: que diga todo lo que se le pase por la cabeza. Gracias a ello, algo nuevo puede surgir. Por eso Lacan afirmará que “toda la obra de Freud se despliega en el sentido de la revelación, no en el de la expresión. La revelación es el resorte último de lo que buscamos en la experiencia analítica” (11).


Lacan evidencia que lo propio del campo psicoanalítico es suponer que el discurso del sujeto se desarrolla habitualmente en el orden del error, del desconocimiento, incluso de la denegación. Pero la novedad que introduce este ofrecimiento clínico es que en él ocurre algo para que en ese discurso que se despliega en el registro del error, haga irrupción la verdad. De esa manera, en el análisis, “la verdad surge por el representante más manifiesto de la equivocación: el lapsus, la acción que impropiamente se llama fallida.


Nuestros actos fallidos son actos que triunfan, nuestras palabras que tropiezan son palabras que confiesan. Unos y otras revelan una verdad de atrás. En el interior de lo que se llama asociaciones libres, imágenes del sueño, síntomas, se manifiesta una palabra que trae la verdad. Si el descubrimiento de Freud tiene un sentido sólo puede ser éste: la verdad caza al error por el cuello en la equivocación” (12).


Así, para dar cabida a una palabra verdadera primeramente hay que desatar algunas amarras de la palabra (13).


¿Qué quiere decir esto? Que cuando habitualmente hablamos y nos dirigimos a un interlocutor, lo hacemos bajo ciertas normas, no sólo de cortesía y buenos modales, sino sobretodo de coherencia. En el espacio de un análisis, el sujeto queda liberado de dichos lazos, se sueltan algunas de las amarras de la palabra con el fin de que pueda surgir una palabra plena. Ésta queda definida por el hecho que es una palabra que hace acto, pues tras su emergencia, uno de los sujetos ya no es el que era antes (14). A propósito de ello, Lacan afirma que “el análisis no puede tener otra meta que el advenimiento de una palabra verdadera y la realización por el sujeto de su historia en su relación con un futuro” (15).


Cuando hablamos de historia nos referimos al pasado historizado en el presente, el valor del tratamiento analítico no es la rememoración de los hechos en sí, sino la reconstrucción que en el presente hace el sujeto de ellos. “Se trata menos de recordar que de reescribir la historia” . Por eso Lacan afirma con fuerza que “no se trata en la anamnesia psicoanalítica de realidad, sino de verdad, porque es el efecto de una palabra plena reordenar las contingencias pasadas dándoles el sentido de necesidades por venir” (17). “Lo que enseñamos al sujeto a reconocer como su inconsciente es su historia; es decir que le ayudamos a perfeccionar la historización actual de los hechos que determinaron ya en su existencia cierto número de "vuelcos" históricos. Pero si han tenido ese papel ha sido ya en cuanto hechos de historia, es decir en cuanto reconocidos en cierto sentido o censurados en cierto orden” (18).


Cuando Lacan evidencia que no es en un más allá del lenguaje donde debemos buscar la clave para abordar el malestar del sujeto, eso quiere decir que el campo de lenguaje es el campo de la realidad analítica, es el campo que soporta la función de la palabra. Es en este campo del lenguaje donde la palabra despliega su función y su circuito, yendo del hablante al oyente que con su respuesta produce una significación (19).


Dice Lacan: “El inconsciente es ese capítulo de mi historia que está marcado por un blanco u ocupado por un embuste: es el capítulo censurado. Pero la verdad puede volverse a encontrar; lo más a menudo ya está escrita en otra parte” (20).


En este momento de la enseñanza de Lacan, el trabajo del analista tiene como norte la operación por medio de la cual el sujeto accede al sentido, concepción que modificará en los años venideros. Así, es gracias a un psicoanálisis que a un sujeto se le abre la posibilidad de acceder a la palabra plena. Es ésta la que le permitirá el reconocimiento de su deseo (21). Dice Lacan: “Para liberar la palabra del sujeto, lo introducimos en el lenguaje de su deseo, es decir en el lenguaje primero en el cual mas allá de lo que nos dice de él, ya nos habla sin saberlo, y en los símbolos del síntoma en primer lugar” (22).


En esta primera enseñanza de Lacan la concepción de la cura es la de un proceso dialéctico que tiene como fin la verdad y concibe el lugar del analista como el del responsable del reconocimiento del sujeto que le dirige esta palabra. A partir de esto, la operación analítica queda definida como una intersubjetividad con el analista (23), el cual desempeña como un practicante de la función simbólica(24), “un papel de registro, al asumir la función, fundamental en todo intercambio simbólico, de recoger lo que [...] el hombre en su autenticidad, llama la palabra que dura”(25). El analista es un “testigo invocado de la sinceridad del sujeto, depositario del acta de su discurso, referencia de su exactitud, fiador de su rectitud, guardián de su testamento, escribano de sus codicilos, el analista tiene algo de escriba” (26).


En la medida que el análisis apunta a la emergencia de la palabra verdadera, intenta que el sujeto se reúna con otro sujeto y quede en una relación de intersubjetividad, es decir, que el analizante salga de la alienación imaginaria, se extraiga de la ilusión yoica y se dirija a otro sujeto, para así poder instalarse en la intersubjetividad gracias a la emergencia de la palabra verdadera *. Dice Lacan: “Para saber cómo responder al sujeto en el análisis, el método es reconocer en primer lugar el sitio donde se encuentra su ego, ese ego que Freud mismo definió como ego formado por un núcleo verbal, dicho de otro modo, saber por quién y para quien el sujeto plantea su pregunta. Mientras no se sepa, se correrá un riesgo de contrasentido sobre el deseo que ha de reconocerse allí y sobre el objeto a quién se dirige ese deseo” (27).


Lacan remarca que primeramente, cuando el sujeto se adentra en el análisis, acepta una posición más constituyente en sí misma que todas las consignas con las que se deja más o menos engañar. Es la posición de la interlocución. El fundamento de ella en cuanto incluye la respuesta del interlocutor es el modo cómo el sentido se nos entrega, lo que Freud señala como restitución de la continuidad en las motivaciones del sujeto. Esto es posible en la continuidad intersubjetiva del discurso en donde se constituye la historia del sujeto (28).


Esa palabra que va de boca en boca y que se desliza de uno a otro interlocutor es el tercer término entre ambos. Dice Lacan: “ese verbo realizado en el discurso que corre como en el juego de la sortija de boca en boca para dar al acto del sujeto que recibe su mensaje el sentido que hace de ese acto un acto de su historia y que le da su verdad” (29).


Gracias a esa palabra que tiene cabida, el sujeto puede comenzar un camino en pos de asumir su lugar. Por eso Lacan dirá que un análisis consiste en hacerle tomar conciencia de sus relaciones, pero “no con el yo del analista, sino con todos esos Otros que son sus verdaderos garantes, y que no ha reconocido. Se trata de que el sujeto descubra de una manera progresiva a qué Otro se dirige verdaderamente aún sin saberlo, y de que asuma progresivamente las relaciones de transferencia en el lugar en que está, y donde en un principio no sabía que estaba” (30).


Isabel Hernández



Notas y Referencias

1. Lacan, Jacques, Función y campo de la palabra y del lenguaje en Psicoanálisis, En: Lacan, Jacques, Escritos I, Siglo XXI, Buenos Aires, 1997 (pp. 233-5).

2. Ibíd., (pp. 234).

3. Santopolo, J. El retorno a Freud y los desvíos en la práctica del Psicoanálisis en: Indart, Juan Carlos et al., Las fórmulas del deseo, Tres Haches, 2000 (pp. 154).

4. Lacan, Jacques, Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, En: Lacan, Jacques, Escritos I, Siglo XXI, Buenos Aires, 1997 (pp. 231).

5. Ibíd, (pp. 278).

6. Ibíd, (pp. 268).

7. Ibíd, (pp. 236).

8. Ibíd, (pp. 244).

9. Ibíd, (pp. 240).

10. Ibíd, (pp. 241).

11. Lacan, Jacques, El Seminario Libro 1 Los escritos técnicos de Freud (1953-1954), Paidós, Buenos Aires, 1997 (pp. 82).

12. Lacan, Jacques, El Seminario Libro 1 Los escritos técnicos de Freud (1953-1954), Paidós, Buenos Aires, 1997 (pp. 385-6).

13. Lacan, Jacques, El Seminario Libro 1 Los escritos técnicos de Freud (1953-1954), Paidós, Buenos Aires, 1997 (pp. 268-9).

14. Lacan, Jacques, El Seminario Libro 1 Los escritos técnicos de Freud (1953-1954), Paidós, Buenos Aires, 1997 (pp. 168).

15. Lacan, Jacques, Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, En: Lacan, Jacques, Escritos I, Siglo XXI, Buenos Aires, 1997 (pp. 290).

16. Lacan, Jacques, El Seminario Libro 1 Los escritos técnicos de Freud (1953-1954), Paidós, Buenos Aires, 1997 (pp. 29).

17. Lacan, Jacques, Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, En: Lacan, Jacques, Escritos I, Siglo XXI, Buenos Aires, 1997 (pp. 246).

18. Ibíd, pág. 251.

19. Fefer, L., “La tésera: prenda de un ‘pacto’ ” en Modos de entrada en análisis y sus consecuencias, Paidós, Buenos Aires, 1995 (pp. 67).

20. Lacan, Jacques, Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, En: Lacan, Jacques, Escritos I, Siglo XXI, Buenos Aires, 1997 (pp. 249).

21. Fefer, L., La tésera: prenda de un “pacto” en Modos de entrada en análisis y sus consecuencias, pág. 62.

22. Lacan, Jacques, Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, En: Lacan, Jacques, Escritos I, Siglo XXI, Buenos Aires, 1997 (pp. 282).

23. Tendlarz, Silvia Elena, Lacan y la práctica analítica, Cuadernos del ICBA, Buenos Aires, 2002 (pp. 27-31).

24. Lacan, Jacques, Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, En: Lacan, Jacques, Escritos I, Siglo XXI, Buenos Aires, 1997 (pp. 273).

25. Ibíd, pág. 301.

26. Lacan, Jacques, Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, En: Lacan, Jacques, Escritos I, Siglo XXI, Buenos Aires, 1997 (pp. 301).

27. Ibíd, págs. 291-2.

28. Ibíd, págs. 247-8.

29. Ibíd, pág. 249.

30. Lacan, Jacques, El Seminario Libro 2 El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, (1954-1955), Paidós, Buenos Aires, 1999 (pp. 370).