En el psicoanálisis no hay teoría fuera de la clínica, como sin psicoanálisis del psicoanalista no hay producción del inconsciente. Esta precisión es necesaria puesto que generalmente se hace una discriminación en la enseñanza del psicoanálisis entre "la enseñanza dicha teórica" y "la enseñanza dicha clínica". Esto es un malentendido clásico, incluso una inepcia que no necesitaría comentarios, puesto que el acceso a la teoría, su uso como su elaboración están indisolublemente ligados a la clínica a través de la transferencia y recíprocamente.
Atenerse únicamente a la clínica en detrimento de la teoría es comportarse y adherir a la creencia de una práctica que sería exclusivamente de iniciación y de empatía, o a identificarla a una experiencia inefable. Al contrario instalarse en el psicoanálisis exclusivamente al apoyo de la teoría, es poner la adhesión a un tipo de práctica gobernada por el ejercicio de predicciones teóricas que van sutilmente del lado de la dirección de conciencia que se ignora como tal.
Una distinción entre enseñanza teórica y enseñanza clínica es una incoherencia entonces, la enseñanza del psicoanálisis se desarrolla en un proceso de comunicación de un saber teórico en el lugar donde el sujeto se articula. De ese lugar la enseñanza está sometida a exponerse como una puesta a prueba de un decir, testimonio propuesto a otros. Esto vía la transferencia ligada al análisis, puesto que es por el análisis mismo, entonces por la transferencia que se inaugura para cada uno el acceso a la teoría. Extraer de la cura lo que hay de nuevo, de particular, la invención en tanto que tal, no es tanto asunto de enseñanza del psicoanálisis, sino por excelencia de transmisión, transmisión de su discurso.
Freud en su intento de transmitir su teoría a sus discípulos se halló frente a dos vías:
La transmisión del psicoanálisis asegurada por la institución analítica; la transmisión por el psicoanálisis propiamente tal, a través del cual el analista, gracias a su propio análisis, puede reinventar progresivamente y reproducir la teoría psicoanalítica. Pero esto no sucedió sin reencontrar algunos escollos puesto que en la vía de la transmisión se suponía que el analista podía equivocarse, Freud mismo pudo aceptarlo momentáneamente, pero la institución no. Ella no podía tolerar ese riesgo.
La historia del movimiento psicoanalítico da cuenta de la intolerancia de la institución a todo lo que no era conforme a las normas, lo que trajo como consecuencias el empobrecimiento de la productividad de los analistas. Lacan dio cuenta de cómo la doctrina analítica terminó por devenir una emanación de la estructura misma de la emanación, en particular en lo que concierne la teoría del fin del análisis. El fin del análisis es una cuestión crucial para la formación y la "reproducción" de los analistas.
La teoría del fin del análisis en la IPA es abordada según el mundo ideal y uniformizado que es la institución analítica para ellos. El analista candidato termina su análisis cuando logra identificarse a su propio analista. Esta teoría tiene sus raíces en una transposición de la resolución del Complejo de Edipo, sobre la cuestión de la resolución de la transferencia: para salir de la ambivalencia hacia el padre y dejar de criticarlo, el niño debe dejar de identificarse a él. Esta identificación constituirá el Super Yo que testimonia de la sumisión absoluta a la autoridad. En esta perspectiva es abordada la resolución de la transferencia, el paciente debe testimoniar que su análisis terminó cuando ya no tiene queja en contra de su analista y que puede desprenderse bajo el modo de la identificación a éste. La IPA entonces, al promover este fin de análisis por la identificación al analista como teoría del fin del análisis no hace más que reproducir un mito: ese del padre ideal incapaz de equivocarse.
Lacan en su retorno a Freud y a los textos freudianos que según él habían sido vaciados de su sentido por la IPA, comenzó criticando justamente la teoría del fin del análisis promovida por ellos, como su concepto de contratransferencia. A la contratransferencia que hace del analista una estatua neutra que reacciona solamente a la transferencia del paciente, Lacan le substituye el deseo del analista. En lo que concierne a la teoría del fin del análisis de la IPA, Lacan demuestra que el yo no era una instancia de control y que su esencia misma era imaginaria, así la identificación al yo fuerte del analista no es más que un engaño, un espejismo, una ilusión.
Lacan critica fuertemente la inflación de la teoría analítica del imaginario y cuestiona la práctica promulgada por el psicoanálisis americano: la "ego-psychology", quienes hacen del yo un monstruo adaptado, y de la cura, una proposición a apoyarse en la parte sana del yo, instrumento de readaptación. Apoyándose en "la cura por la palabra" como la llamó Anna 0., por primera vez va a dar toda su importancia al orden simbólico e introducirá una distinción fundamental entre el yo y el sujeto. El retorno a Freud de Lacan y su teorización abrieron una brecha y una incompatibilidad total entre él y la IPA. La brecha más profunda concluyó con su nueva doctrina del sujeto del inconsciente, del sujeto dividido bajo el efecto del lenguaje.
Lacan comienza su enseñanza con la dimensión imaginaria del yo. El yo es ante todo un lugar de desconocimiento a causa de su dimensión imaginaria. Es en el Estadio del Espejo donde él da al yo ese lugar, así como ubica las premisas de lo que distingue al yo (moi) instancia imaginaria, del sujeto, del Yo (Je) instancia simbólica. El acceso al mundo del lenguaje, al simbólico, es lo que permitirá al sujeto tomar distancia en relación con la experiencia misma, así como distinguirse él mismo, del substituto del significante que le dio a la cosa, que es lo que permite la operación de substitución. Dicho de otra manera, gracias al mundo del lenguaje el sujeto es establecido como no siendo ni la cosa, ni el nombre que él da a la cosa.
Este tiempo original constituye para Freud y Lacan la represión originaria, constitutiva del inconsciente. El juego del Fort-Da es el prototipo de la represión originaria: el futuro sujeto renuncia al objeto, reemplazándolo por los significantes, y testimonia igualmente del primer reconocimiento por el niño de otro lugar. La ausencia de la madre indica que ella desea en otro lugar. Este tiempo del Fort-Da prepara el advenimiento de la metáfora paterna.
La Metáfora Paterna es la operación por la cual el niño renuncia al deseo de la madre y lo reprime. Es la substitución de un significante a otro significante. Al significante primero que representa el deseo de la madre se substituye el significante Nombre del Padre. La Metáfora Paterna es entonces la metáfora que substituye el Nombre del Padre al lugar primeramente simbolizado por la ausencia de la madre. Si la ausencia significa al niño que la madre desea en otro lugar, el falo es el significante de ese deseo. El Nombre del Padre es el que se substituye al falo que es el significante reprimido. El Nombre del Padre así como es un obstáculo al deseo del niño por la madre, también lo es al deseo de la madre por el niño. Esta metáfora paterna depende para el niño de las condiciones en las cuales la metáfora a operado a su vez para sus padres. 0 dicho de otra manera la inscripción de los padres en el mundo del lenguaje por esta doble operación que son la represión originaria y la metáfora paterna que les permitió reprimir sus propios deseos incestuosos, es lo que va a determinar la inscripción del niño en ese mismo mundo del lenguaje.
El precio a pagar entonces por el advenimiento del sujeto como sujeto, es ese de su propia división -S- así como el de la pérdida que acompaña a la renuncia al objeto primordial. La caída de ese objeto se revela: como causa del deseo en donde el sujeto se eclipsa y como sustentando al sujeto entre verdad y saber. Este objeto caído es el objeto a, que Lacan llama también plus de goce pues designa una especie de condensación del goce en lugares del cuerpo donde Freud localizó las pulsiones sexuales parciales. Esta pérdida es la condición misma de la permanencia del deseo, deseo que tendrá por objetivo siempre objetos substitutivos al objeto primordial, irremediablemente perdido y el espacio, debido a esta substitución, es el que Lacan designa como el Real. Este lugar del real se ubica en el espacio entre la cosa y eso que la simboliza, teniendo entonces dos puntos de anudamiento: uno imaginario y otro simbó1ico.
R.S.I es la trilogía con la cual Lacan busca aproximarse lo más posible a la experiencia clínica. El objeto a regula así el desarrollo de la cura y su fin pues las elaboraciones teóricas del fin del análisis desembocan sobre ese real. En cuanto a la doctrina del fin del análisis en Lacan, al final del • trayecto ningún analizado testimonia de alguna identificación en particular, sino más bien testimonia de que ninguna identificación lo sostiene, todos sus ropajes imaginarios han caído, hallándose en un momento de destitución subjetiva. La experiencia analítica destituye igualmente el amo y su saber y pone en cuestión la función del padre ideal. Este es el momento donde un analista puede autorizarse, autorizarse de su propia experiencia, así como de testimoniar de ella a sus pares.
Entonces, para que un psicoanálisis sea un psicoanálisis debe tener por eje el procedimiento freudiano, del cual el punto de partida es el siguiente: tomar nota de la experiencia freudiana, a saber, que hablar tiene efectos sobre el que habla y principalmente sobre su síntoma. A partir de aquí Lacan produce su "el inconsciente está estructurado como un lenguaje". Lo simbólico es lo que estructura y limita el campo psicoanalítico.
Para terminar diré que la enseñanza de Lacan es lo más elaborado y constituido que hay, dio un sinnúmero de respuestas a los problemas planteados en el psicoanálisis, pero sus respuestas no son unívocas. El mismo dice en el prólogo de sus "Escritos" que su deseo es "conducir al lector hacia una consecuencia donde deba poner algo de sí mismo", esto está entonces a nuestro cargo.
Mirtha Rosas Ruiz