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¿QUÉ PUEDE DECIR EL PSICOANÁLISIS ANTE LA ACTUAL GLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL?

Aceptamos esta invitación a participar en esta charla ciudadana para hablar de la situación del ser humano en la realidad social actual. Nuestra formación originaria en la universidad fue en el ámbito de la psicología, la disciplina que se ocupa de las conductas humanas que se han desviado de la norma y requieren volver a ella. Sin embargo, con esta práctica clínica de la psicología hacíamos la experiencia de que el ser humano era resistente a la sanación total y definitiva, ya que vuelve incesantemente a enfermar y no encuentra sosiego. Entonces ¿qué hacer con este padecer que insiste? ¿Cómo curarlo? fueron nuestras preguntas. Pero ¿dónde, cómo y en qué encontrar las respuestas?


Esta búsqueda es la que nos llevó a encontrar el Psicoanálisis, que nos enseña que no existe el hombre total, autosuficiente, amo de su conciencia y de su voluntad. Por el contrario, un ser humano que se halla de entrada sometido al lenguaje y a la función de la palabra. Esto quiere decir que no hay ser humano sin lenguaje: todos al venir al mundo entramos en un baño de lenguaje, es decir, a un mundo ya organizado, en pleno funcionamiento, donde somos esperados y hasta identificados, en el sentido de ya tener un lugar y un nombre antes de nacer. Razón por la cual podemos reconocer fácilmente que somos hablados antes de ser hablantes. El ser hablado es lo que nos va constituyendo, formando, determinando, dándonos eso que en nuestra jerga llamamos el inconsciente, inconsciente que es siempre discurso del Gran Otro. Es a causa de este inconsciente que el sujeto está dividido, ya que al estar comandado por el discurso del Gran Otro cuando habla dice más de lo que quiere decir y dice cosas que no sabe que está diciendo.


El Gran Otro del Psicoanálisis es todo el lenguaje que se encarna en cada persona que habla, puesto que el lenguaje no se pasea solo. Esta es la mayor razón de por qué no tenemos palabra en propio, pensamientos en propio, deseos en propio, sino primeramente los de este Otro que nos parasita con lo suyo. Esto es lo que nos da una condición de ser sujeto a la palabra y no al otro semejante, en el sentido de volverse obligatoriamente su vasallo, puesto que nunca hay del uno sin el otro.


Por ejemplo, el hecho de que hoy día estemos reunidos para hablar sobre la enormidad de lo que es la globalización neoliberal, en la cual "los grandes grupos empresariales saquean el entorno con medios abusivos; se aprovechan de las riquezas de la naturaleza que son un bien común de la humanidad […]. Ello va acompañado, además, de una delincuencia financiera ligada al mundo de los negocios y a los grandes bancos […] ", como dice Ramonet. En esta afirmación nos percatamos de nuestra sujeción a la palabra puesto que como vemos, estos grupos industriales y financieros privados no son personas particulares a las cuales podríamos dirigir nuestra queja, sino que son un Gran Otro que se pretende anónimo y que sin embargo, nos domina y nos afecta.


Es en esto que la clínica que practicamos puede ser de una verdadera utilidad pública, en el sentido de poner en cuestión lo que causa el malestar cuando el Gran Otro se presenta bajo las distintas formas de la sociedad de control, dominada por la revolución tecnológica, sinónimo de progreso. Esta tecnología posibilita al ser humano estar permanentemente informado, porque la información está a disposición de quien quiera encontrarla. Lo que ocurre es que el sujeto no la busca, opta por no informarse, por no saber, manteniéndose así en una de las pasiones del ser humano: la ignorancia, la cual es uno de los caldos de cultivo para este malestar.


Pero el Psicoanálisis por su parte, nos enseña que estructuralmente estamos todos sometidos al lenguaje y sus efectos. De lo que se trata entonces es de develar los diferentes discursos en los que está tomado el sujeto, es decir, todo lo que el sujeto escucha cotidianamente y lo hace suyo sin mayor conciencia de ello. Pero entonces ¿qué posibilidad le queda al sujeto si está manejado sin saberlo como una marioneta por estos discursos? La posibilidad que le resta es la de des-cubrir estos discursos, para que pueda tomar posición con respecto a ellos: que pueda abrir los oídos, los ojos y la boca, para no participar como incauto de esto que le viene como discurso del Gran Otro.


¿Cómo entender esta sujeción del ser humano a esa palabra que le viene del otro? ¿Dónde se origina este sometimiento del sujeto a ese discurso del Gran Otro?.


Al inicio de la vida, el sujeto está tomado fundamentalmente a título de objeto en el discurso materno. Esto es necesario para asegurar la vida al recién nacido, brindándole la satisfacción de sus necesidades vitales, pero fundamentalmente las palabras que lo humanizarán. En este momento de la vida podríamos decir que el niño está tomado en un régimen totalitario, ése de la omnipotencia materna que supone saber lo que quiere el niño y lo parasita con sus palabras. Podemos localizar aquí el primer totalitarismo al cual es sometido un sujeto, ya que tomado entre sus brazos, el Gran Otro materno tiene decisión de vida o muerte sobre el niño, puesto que éste depende absolutamente de él para sobrevivir.


Este Gran Otro materno ordena la vida del niño, orden que el sujeto aceptará o rechazará, dejando en evidencia que aunque está en dependencia, igualmente hay un espacio para que él dé su respuesta ante eso que le viene del Otro. Estos son los inicios de la dialéctica humana que pone en evidencia que por disimétrica que sea la relación, siempre hay la posibilidad de seguir o no en ella, puesto que siempre está la posibilidad de aceptar o rechazar. Pero ¿cuánto tiempo está sometido el sujeto a la dictadura materna? ¿qué podría venir a hacer mella a su todopoderío?


Para que el niño devenga un sujeto social, que ocupe un lugar entre otros, es imprescindible la presencia e intervención del padre, quien introduce un límite al discurso materno. El padre es el primer extranjero en lo más familiar, introduce otro discurso radicalmente diferente al de la madre, haciendo de contrapeso a su saber omnipotente.


Así, la función paterna posibilita al niño salir del lugar de objeto que inicialmente tuvo, favoreciendo la apertura hacia otros espacios, es decir, su salida hacia el lazo social. Por ello, la función del padre es una función civilizadora, ya que por propia iniciativa el niño no renunciaría a la satisfacción obtenida. Con la entrada en el discurso paterno el niño es convocado a ocupar un lugar de sujeto, un ciudadano con derechos y obligaciones, lo cual también le provoca malestar.


Así, el malestar en el sujeto está determinado al inicio de la vida por la impotencia vivida por la supremacía del Otro, y luego, por el rechazo de la renuncia que implica el contarse entre los demás y asumir la responsabilidad de la propia existencia. En otras palabras, ni en uno ni en otro discurso está conforme, siempre se queja de su condición de sujeto. Por eso, toda relación humana es sintomática, haciendo que el malestar en la civilización sea ineliminable.


Nuestra sociedad está llena de ejemplos de lo que hace síntoma en su doble cara, de enigma y de malestar. Por ejemplo, hace algunos años en el centro de Santiago fueron instaladas las llamadas "cámaras de seguridad", propuesta que no tuvo mayores detractores. Este hecho nos parece paradigmático para dar cuenta de la docilidad del sujeto para entrar y dejarse llevar en un discurso determinado. ¿Qué hace que no haya habido detractores sino que aún más, este fenómeno se haya ampliado a diferentes ámbitos y se mantenga hasta hoy sin que provoque mayor sorpresa?


Esta medida fue tomada en el marco del discurso de la seguridad ciudadana, en la llamada lucha contra la delincuencia. En esto se evidencia el interés del sujeto por estar seguro, anclado en sus certezas y, por tanto, encerrado, aislado, cercado por sí mismo, manteniendo al otro a distancia porque lo pone en cuestión, pero fundamentalmente, desconociendo la división que porta y atribuyéndole al otro eso que tiene que ver con su propia intimidad y que le resulta inaceptable a la conciencia. Esta división le impide tener acceso directo a este Otro que lo parasita, el inconciente, sin que logre escucharlo en su palabra. De esta manera, el semejante le sirve de pantalla sobre la cual proyecta su propia fractura, y de la que nunca logra desabonarse. Por esto, resulta más fácil odiar al otro, luchar contra el delincuente, que reconocer en sí mismo el deseo de muerte contra el otro.


El sujeto alienado vocifera en contra de ese otro externo que le resulta extraño. Y cuando la ley le hace escuchar que debe convivir con ése, contarse entre los demás y buscar el camino para ciertos acuerdos, el sujeto se rebela y lo rechaza. Mientras este "extraño" no se le acerque, supuestamente no hay problema, pero cuando se le hace presente en la plaza pública, de inmediato busca eliminarlo porque ha invadido su reino. Esto no se diferencia de la ilusión del pequeño niño de pensar que se mantendrá en un lugar de exclusividad con respecto a sus padres aunque tenga hermanos con los que tendrá que compartir el cariño de ellos. El niño insiste en no moverse de ese lugar de pensarse único. En este sentido es posible escuchar el discurso racista de este país con respecto a los peruanos, por ejemplo, cuando escuchamos decir que estos extranjeros le vienen a quitar el trabajo a los chilenos, por no poder aceptar que el lugar uno nunca lo tiene ganado. Justamente ahí está el problema, porque el sujeto busca permanentemente atornillarse a su trono, sea este de mierda o de oro, da igual. Es por esto que el dicho "aserrucharle el piso al otro" sigue siendo tan actual, porque el propio sujeto sabe que no quiere moverse de su lugar y como dijimos anteriormente, cuando el sujeto no logra reconocer su propia verdad, se la adjudica al otro. Y entonces la única manera de sacarlo de ahí sería a la fuerza.


Podríamos recordar en este punto, el análisis que hace Freud en torno al sufrimiento del ser humano que vive en sociedad, que él denominó "malestar en la cultura", relacionado no tanto con los sufrimientos que provienen de la fragilidad del propio cuerpo y de las fuerzas de la naturaleza, sino más bien el sufrimiento que surge por estar en relación al otro.


Otro de los aspectos que nos parece importante remarcar de este ejemplo de las cámaras de seguridad es la contradicción en la que se halla el sujeto cuando acepta estar vigilado y controlado por el Otro, y al mismo tiempo, se jacta y defiende un discurso de la libertad, que se reduciría a su libertad de hacer como le plazca sin considerar al Gran Otro de la Ley. Porque ¿qué libertad tiene alguien que afirma "yo hago lo que quiero" pero finalmente está todo el tiempo pensando en lo que los otros dirán de su conducta, llegando al extremo de no realizarla?.


Podríamos decir que al haberse masificado el uso de estas cámaras que nos miran permanentemente, además de dejar de sorprendernos y alertarnos, parecería que en lo concreto ya no sería necesario que estén ahí para que el sujeto se considere observado, en la mira. El sujeto la hace suya y se siente vigilado todo el tiempo. Este consentimiento del sujeto a estar bajo la mirada de este Gran Otro, pone en evidencia la infantilización que este Otro le inflige, de la cual él participa alegremente. Situación que no es muy distinta de lo que las madres dicen a sus hijos pequeños, "donde mis ojos te vean". A esto se suma hoy en día el control a través de este nuevo medio que es el teléfono celular: la ilusión de tener un dominio sobre el otro, sobre sus movimientos, con quién está, que está haciendo, etc. Lo que aparece aquí es no tolerar la ausencia del otro, que no haya respuesta inmediata, la espera.


El encandilamiento ante la imagen ha llegado a límites tan extremos como los que aparecen todos los días por la televisión. La locura del humano es que ante las cámaras se desnuda sin vergüenza. La presencia de spots y cámaras actúan como un imperativo ante el cual nadie podría rehusarse, como si se enfrentara a un torturador a quien conviene confesar todo. Cada programa televisivo compite por mostrar más, por descorrer el velo sobre aquello que es necesario velar. Así, progresivamente comienza a aparecer en la televisión la palabra soez, la degradación de la mujer, el cuerpo abierto e intervenido por la cirugía. Pero ¿por qué sería necesario velar algo a la mirada, que inscribiera un no-todo es posible de ser visto? Para preservar lo más humano: el deseo, ya que la posibilidad de su surgimiento está anudado a una prohibición.


En nuestra actualidad, la imagen ha dejado de ser representación que evoca otra cosa, para quedarse sólo como presentación, pura exhibición, lo que acarrea que el sujeto se salga de la palabra. ¿Qué consecuencias puede conllevar esto?


La excesiva importancia de ver y ser visto, mirar y ser mirado, impide al sujeto entrar en acción: se queda en la pasividad del espectador, sólo mirando. Es lo que puede estar a la base de su palabra coartada: si lo que se pone en juego es sólo el goce exhibicionista y voyerista, las palabras están demás.


La perversión masiva que se promueve consiste en que el sujeto piense que a solas detrás de la pantalla, podría llegar a tener un contacto íntimo con el otro, aliviándose del encuentro frente a frente. Pero más aún, el punto al que esto ha llegado es que las nuevas tecnologías –televisión, teléfonos celulares, internet, video juegos, etc.- se han puesto al servicio del individualismo y del aislamiento, extrayéndose el sujeto de la vida social. Instalado en esto, llega a pensar que puede prescindir de la enseñanza que otro le pueda transmitir en su cotidianeidad, que puede vivir sin los otros. Esta posición omnipotente del sujeto se alimenta de un goce autoerótico, masturbatorio, es decir, que se puede satisfacer a solas sin ir al encuentro de otro.


Encandilado ante la imagen que brilla, el sujeto intenta procurarse un objeto que calce con esa imagen a como dé lugar. Podríamos relacionar esto con el endeudamiento cada vez mayor, bajo la figura perversa de las tarjetas de crédito. La publicidad incita al sujeto "¡goza ya!", omitiendo el precio a pagar. Ese amo cuenta con que el sujeto no quiere saber del pago, y es por eso que la mayor parte de las ganancias de las grandes tiendas se sustenta en los intereses que cobran por aplazar el pago.


Pero como el amo capitalista no perdona, el trabajador se ve constreñido a pagar, pagando con su propia persona, con la libra de su carne, ya que en pos de pagar, está dispuesto, por ejemplo, a someterse a abusos en sus condiciones de trabajo. Así, el consumo se torna el mejor policía para el control social, trastocando la consigna que antes hablaba de "trabajar para vivir" por la de "trabajar para pagar". Hoy día, el endeudamiento sirve para pagar el desborde, el exceso de goce. Lacan decía "el proletario es siervo no del amo, sino de su goce". De ahí toda la pérdida del valor del trabajo, como cuando se habla de "la pega", como algo que golpea, que duele, de lo que hay que quejarse, y no ese ámbito donde el ser humano podría encontrar una realización.


Esta actualidad del trabajo está tomada en nuestra historia política. Antes de la dictadura, el Estado aseguraba la educación para todos, y el sujeto podía sostenerse en ese fundamento. Así, al haber recibido algo, el sujeto sabía que eso no era gratis, como se suele escuchar actualmente, puesto que el sujeto era apelado a devolver a la sociedad, haciendo un aporte con su trabajo en pos del bien social. Se trataba de una deuda simbólica, que contrasta con el hecho actual de que el sujeto queda en una deuda privada concreta, primero con los padres y luego con las instituciones financieras, eclipsando el sentido social de su formación. Su lugar social ya no es el del ciudadano que está más bien degradado, fue sustituido por el de consumidor y usuario, donde la globalización hace equivaler cultura y centro comercial.


Esta posición de consumidor y usuario la lleva tan lejos, que el sujeto también busca en el mercado una solución a su padecer psíquico, encontrando como respuesta la que le da la industria farmacéutica. Esta industria es el segundo negocio más rentable después de la venta de armas y antes del petróleo. ¿En qué se sostiene este crecimiento?


Tomado en el discurso del Otro, no es necesaria una coacción física para que el sujeto consienta hacer como el Otro le dice. Con la complicidad del discurso médico que sobredimensiona el lugar de los medicamentos y la organicidad, el sujeto se dirige alegremente a la farmacia más próxima para supuestamente aliviarse de su malestar vía medicamentos. Cuantas más mejoras hay, el malestar persiste y hasta crece a medida que aumenta el goce. Este es el triunfo del discurso neoliberal que engancha con la pretensión del sujeto de mantenerse dormido, anestesiado, tranquilo, sin tensión, asexuado.


En la actualidad, el conflicto psíquico es rápidamente acallado por los medicamentos. El sujeto se engaña pensando que al desaparecer el síntoma desaparece la causa que lo origina. Sin embargo, el malestar insiste, no logra ser acallado puesto que surge un nuevo síntoma que viene a denunciar "eso que no anda", y que encuentra como superficie de inscripción el cuerpo. Así, el síntoma tiene que ver con su lugar de sujeto dividido, con esa verdad inconsciente que busca vías para hacerse escuchar. Por eso es una señal, un mensaje, que no dice de entrada su sentido, creado, posiblemente, en oposición a la impostura imperativa del amo moderno que lo insta a hacer como si todo fuera sobre rieles.


Así, el discurso imperante querría desposeer al sujeto de su respuesta sintomática, ya que de lo contrario no es funcional al sistema. Pero por otro lado, el sujeto habitado por la pasión de la ignorancia, no quiere saber de su implicación en el síntoma, no quiere volver su queja una pregunta. En ese sentido, lo vuelve su 'bien' más personal y preciado, del cual no quiere desprenderse, ya que desprenderse de él le implica una renuncia, una pérdida, hacer un esfuerzo para salir de la posición en la que se sostiene su síntoma. Por ejemplo, alguien que se acomoda bajo el diagnóstico de depresión, se excusa de hacerse cargo de sus responsabilidades laborales, familiares, etc. El uso que hace con esta etiqueta le rinde utilidad para seguir en una inercia psíquica, para no moverse, para que otros hagan por él. Anestesiado por los medicamentos el sujeto tiende a blindarse del mundo, para aliviarse de hacer un encuentro fundamental de la vida que es la pérdida. Como podemos ver, el sujeto se acomoda en sus propios malestares.


En esta actualidad del lazo social el Psicoanálisis contribuye en reinventar un estatuto de ciudadano a todo aquel que se halla al servicio de goces opacos sirviendo dioses oscuros. No se propone como una panacea ni da respuestas sobre qué hacer, sino más bien devela los discursos en los que se engendra el malestar del serhablante y la responsabilidad que le cabe a éste en su padecer. Por eso no pretende erradicar el síntoma que lo convoca como sujeto, sino ir a la búsqueda de aquello que lo sostiene. Eso no quiere decir que el espacio de palabra que posibilita no tenga efectos terapéuticos, pero esto es por añadidura, ya que lo fundamental es sostener la posibilidad de saber sobre eso que nos determina y que nos hace tropezar mil veces con la misma piedra. Para ello la clínica psicoanalítica busca despertar al sujeto de su alienación para dejar de ser uno en un rebaño conducido al matadero.


En el ofrecimiento uno a uno, el Psicoanálisis no boga ni por la revolución ni promete armonía alguna, ya que por el hecho de serhablante el humano no va a librarse de hallarse sometido al Gran Otro de la palabra, porque se trata de un determinismo estructural. Por eso es una ilusión proponer un hombre libre. Eso no quiere decir que el sujeto no tenga elección: siempre tenemos la posibilidad de decir no y reducir el sometimiento al Gran Otro, lo que no se traduce en que el sujeto se vuelva autónomo, desafectado, que pueda prescindir del otro y su palabra, sino en la posibilidad de que, como sujeto, pueda hacer una nueva elección y colocarse de un modo inédito en la vía del deseo que lo habita y lo constituye como tal. "Sólo los peces muertos nadan a favor de la corriente".


Mirtha Rosas - Isabel Hernández – Juan Pablo Salcedo


Santiago de Chile, 25 de Enero de 2008.